¿Qué es la alfabetización digital? Así se educa contra la confusión en internet
En la era del desorden de la información, confundir, infoxicar y desinformar son estrategias muy comunes en entornos digitales. Para contrarrestarlas, nada mejor que un programa de alfabetización mediática e informativa.
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En diciembre de 2016, un artículo publicado por un portal de noticias falsas hoy desaparecido, AWD News, creó un tan enconado como absurdo conflicto diplomático entre dos potencias nucleares, Israel y Pakistán.
En la pieza publicada por el portal se afirmaba que el ministro de Defensa israelí había amenazado con “destruir” Pakistán si este último país enviaba tropas de infantería a Siria. Se trataba de un texto lleno de incoherencias, redactado en un inglés precario y en el que se identificaba como titular del ministerio a Moshe Yaalon, cuando en realidad era Avigdor Lieberman. Más aún, lo publicaba un portal con nula credibilidad y al que fuentes como el diario The Guardian ya identificaban como productor sistemático de informaciones falsas.
Sin embargo, en cuestión de horas, la noticia fue citada, reproducida, compartida y comentada por decenas de miles de usuarios en redes sociales, en su mayoría ciudadanos pakistaníes indignados ante la supuesta amenaza. Fue tal su repercusión que el ministro de Defensa pakistaní, Khawaja Muhammad Asif, publico un tuit en el que recordaba a Israel que Pakistán es también una potencia nuclear. El caso resultó tan notorio que los académicos estadounidenses Carl T. Bergstrom y Jevin D. West lo citaron en su libro Contra la charlatanería (Calling Bullshit), recién editado en España por Capitán Swing.
En palabras de Bergstrom, para propagar una información falsa a través de canales digitales y redes sociales bastó con “un emisor malicioso y miles de receptores desprovistos de capacidad crítica y de comprensión lectora”.
Para Bergstrom, biólogo teórico y evolutivo y experto flujos de información y desinformación, “resulta fascinante que un alto cargo político con acceso a canales diplomáticos y servicios de inteligencia diese pábulo a una patraña sin el menor fundamento, creando así un conflicto potencialmente grave y que hubo que reconducir con contactos al máximo nivel entre ambos países”. Una vez más, en palabras de Bergstrom, para propagar una información falsa a través de canales digitales y redes sociales bastó con “un emisor malicioso y miles de receptores desprovistos de capacidad crítica y de comprensión lectora”.
Muchos menos trascendentes resultaron las consecuencias de otro de los grandes bulos virales de 2016, la “confirmación” (por parte de The Onion, una página satírica) de que Taylor Swift estaba saliendo con el senador republicano Joseph McCarty. Al parecer, ninguno de los miles de internautas que compartieron la noticia se había tomado la molestia de comprobar que McCarthy falleció en 1957, 32 años antes del nacimiento de Swift. En este caso, fallaron tanto la capacidad elemental de contrastar informaciones como la comprensión adecuada de los canales: cualquiera que conozca The Onion sabe que se trata de una página de humor que, además, en absoluto lo esconde.
Cómo potenciar la capacidad crítica
Este par de ejemplos ponen de relieve lo importante que resulta una comprensión adecuada de los contenidos digitales, ahora que todos somos usuarios, consumidores y difusores habituales de este tipo específico (y tan común) de actos de comunicación. La alfabetización mediática (media literacy) se convirtió en parte del currículum educativo en la Gran Bretaña de finales de los años 30, cuando se convirtió en urgente contrarrestar la propaganda bélica de la Alemania nazi enseñando a los ciudadanos, sobre todo a los más jóvenes, a distinguir la información verdadera de las intoxicaciones interesadas. Estados Unidos introdujo programas similares a finales de la década de 1960 para combatir a un nuevo enemigo, la publicidad masiva y su capacidad para manipular a los consumidores.
Desde hace más de diez años, expertos como el profesor de Educación de la Universidad de Irvine Mark Warschauer insisten en la necesidad de ofrecer también una alfabetización digital que incluya no solo el dominio básico de una serie de herramientas, sino también la adecuada comprensión de mensajes, canales y contextos. Warschauer considera que “la digitalización de las economías exige que se produzca en paralelo una digitalización de las mentalidades”. Y esa digitalización ciudadana solo será compatible con los valores de una sociedad democrática si “resulta empoderadora y crea ciudadanos más y mejor informados, con mayor capacidad crítica y, en consecuencia, menos controlables y manipulables”.
Educar para el presente
Prosegur Research ha elaborado un informe interno sobre la Alfabetización Mediática e Informativa (AMI) entendida como “un medio de empoderamiento ciudadano a través de la información y la tecnología”. José María Blanco Navarro, responsable del citado departamento y gerente de la Oficina de Inteligencia y Prospectiva de Prosegur y codirector del Área de estudios estratégicos e inteligencia del ICFS de la Universidad Autónoma de Madrid, explica que una alfabetización adecuada pasa por constatar, en primer lugar, que “estamos educando para un mundo que ya no existe”. Ahora estamos inmersos en un contexto de polarización creciente, amenazas híbridas que incluyen la desinformación sistemática como estrategia para desestabilizar o confundir, medios de comunicación cada vez más numerosos y menos jerarquizados y tecnologías de difusión de contenidos cada vez más adictivas y con mayor capacidad viral. Blanco añade que este esfuerzo alfabetizador debe de centrarse preferentemente en los más jóvenes, porque de lo que se trata es de cambiar marcos mentales, y eso es “poco menos que imposible en los adultos”.
Este tipo de alfabetización debe centrarse también en “formar en valores como la libertad, la tolerancia o el respeto a la diversidad”. Inculcar, en definitiva, la noción de que “no todo vale”.
Carmen Jordá Sanz, responsable de Prosegur Research y de la Oficina de Inteligencia y Prospectiva y de estancia de investigación en el Centro nacional de excelencia en ciberseguridad del ICFS de la Universidad Autónoma de Madrid, añade que este tipo de alfabetización debe centrarse también en “formar en valores como la libertad, la tolerancia o el respeto a la diversidad”. Inculcar, en definitiva, la noción de que “no todo vale”, que “crear, difundir y compartir mensajes y contenidos en redes sociales implica una responsabilidad que debemos asumir”.
Recientemente, Prabhakar Raghavan, vicepresidente senior de Google, ha indicado que 4 de cada 10 jóvenes prefieren buscar un restaurante utilizando TikTok o Instagram que Google, donde en principio sería más fácil: se introduce el nombre y aparece toda la información, incluida la dirección y cómo ir utilizando Maps. Por eso, Jordá enfatiza que para moverse en este nuevo contexto, hay que instruir a los más jóvenes de manera distinta, adaptada al marco tecnológico actual, con el claro propósito de que desarrollen el pensamiento crítico, que se planteen preguntas, que razonen de manera creativa.
Los beneficios de una estrategia ganadora
Blanco destaca que la instrucción AMI en España tendría beneficios múltiples. En primer lugar, reduciría la brecha digital, algo que interesa muy especialmente a Prosegur, una empresa de clara vocación tecnológica que necesita contratar en todos sus niveles de actividad a personas que dispongan, al menos, de habilidades digitales básicas. Desde el punto de vista de la cohesión social, permitiría reducir la incidencia del ciberacoso y otros tipos de abuso digital, así como poner coto al sexting, el consumo de contenidos nocivos y determinadas adicciones.
Blanco también considera que, desde una perspectiva geopolítica y de los intereses nacionales, resultaría muy útil disponer de gran número de ciudadanos con capacidad para evaluar fuentes y contrarrestar la desinformación de manera eficaz. Por último, desde el punto de vista de la seguridad, Blanco ve en la alfabetización digital el primer peldaño para formar profesionales capaces de combatir peligros como la radicalización, el auge de los extremismos o los discursos del odio, los fraudes, suplantaciones de identidad, actos de espionaje o ataques reputacionales. Toda una constelación de amenazas que solo pueden contrarrestarse si, en primer lugar, se conocen muy bien.
Para Jordá, los contenidos AMI ganarían eficacia con una estrategia transversal, que pase por formar a formadores y que ellos integren esos contenidos de manera natural en sus asignaturas, tanto si tienen que ver con las ciencias sociales, la ética o la formación ciudadana como si son más técnicas.
Blanco aboga más por introducir lo antes posible una asignatura AMI, como la que propone el libro colectivo Lucha contra la desinformación en el ámbito de la seguridad nacional: propuestas de la sociedad civil, presentado en Madrid a finales de septiembre. En él se recogen, entre otras cosas, las conclusiones del Plan de Acción Contra la Desinformación lanzado en 2018 por la Unión Europea y se plantea una reflexión llamativa: las sociedades libres, si no quieren dejar de serlo, deben empezar cuanto antes a instruir de forma eficaz a sus ciudadanos en este tipo de cuestiones.
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