Qué tiene que hacer España para convertirse en una potencia en Inteligencia Artificial
España se asoma a un nuevo escenario global donde la inteligencia artificial es clave. Y lo hace contando con una posible estrategia en el horizonte: especializarse en IA ética.
Raquel Jorge, experta en tecnología y agenda digital del Instituto Elcano, pone una y otra vez el mismo ejemplo: los semáforos nigerianos. No se trata de unos semáforos cualquiera, sino de una red inteligente centralizada, capaz de regular con precisión el tráfico de áreas metropolitanas tan populosas y caóticas como la de Lagos, con más de 21 millones de habitantes.
El proveedor del sofisticado sistema de inteligencia artificial (IA) que ha hecho posible este milagro es la República Popular China. Al adquirir tecnología de este país, según Raquel Jorge, “Nigeria está comprando también, hasta cierto punto, una visión del mundo”. Los semáforos son también un síntoma de la apuesta por el “modelo chino” y, en consecuencia, “un arma geopolítica de primer orden”. Tal y como explica Jorge, China se ha consolidado en los últimos años como “gran socio inversor y, sobre todo, principal proveedor de soluciones tecnológicas en el África subsahariana, y eso consolida y acrecienta su área de influencia en un mundo cada vez más complejo desde el punto de vista de las relaciones de poder”.
Para Federico Aznar Fernández-Montesinos, capitán de fragata de la Armada y analista del Instituto Español de Estudios Estratégicos, en los últimos años estamos asistiendo “a una reedición de la carrera armamentística en el plano de la IA”. En su ensayo Inteligencia artificial y geopolítica, Fernández-Montesinos describe esta nueva pugna como la competición por “consolidar nuevos espacios de poder en un mundo cada vez más interdependiente e interconectado”. En este nuevo escenario, “el de la cuarta revolución industrial”, que consolida la transición a una economía mundializada de redes y de datos, Estados Unidos fue potencia pionera, pero está perdiendo pie en los últimos años “ante el auge imparable de China”, una potencia que hace uso de su sharp power (poder punzante o poder agresivo), es decir, su capacidad para aprovechar las nuevas coyunturas internacionales en su propio beneficio.
"En los últimos años estamos asistiendo “a una reedición de la carrera armamentística en el plano de la IA”.
En 2000, Estados Unidos era el primer exportador mundial de alta tecnología, con un volumen anual que superaba los 156.000 millones de dólares. China se encontraba por entonces en la octava posición, con menos de 32.000 millones anuales. Diez años después se producía el relevo en la cumbre: China alcanzaba los 472.000 millones en exportaciones tecnológicas superando a su principal competidor. En 2021, tras registrar en noviembre un incremento interanual del 21,1%, el gigante asiático superó los 734.000 millones de dólares, una cifra con la que ni Estados Unidos, ni Japón ni la Unión Europea pueden competir en estos momentos.
Por supuesto, el grueso de esas exportaciones corresponde a lo que los expertos consideran tecnología “trivial” o no disruptiva, productos de consumo como teléfonos, enrutadores, ordenadores o circuitos integrados, pero una parte creciente tiene que ver con soluciones tecnológicas punteras, como los semáforos inteligentes de Lagos.
Qué se puede hacer
José María Blanco Navarro, experto en estudios estratégicos y Manager de la oficina de Inteligencia y Prospectiva de Prosegur Research, considera que “los nuevos avances en el campo de la inteligencia artificial suponen, en efecto, un nuevo reparto de cartas en el escenario geopolítico global que plantea tanto oportunidades como amenazas”. Quien se maneje de manera más eficaz en este ámbito liderará el mundo a medio plazo.
En opinión de Blanco, “China parte de una posición privilegiada, sobre todo debido al control que ejerce sobre su población, lo que le garantiza una masa de datos incomparable, y a Estados Unidos nadie puede quitarle sus varias décadas de liderazgo industrial y tecnológico”. Sin embargo, potencias emergentes han hecho progresos muy significativos en los últimos años: “Canadá, gracias a la investigación y a la excelencia tecnológica, y la India, gracias a la formación y la inversión en capital humano”.
Blanco fue uno de los ponentes en las jornadas de diálogo ¿Qué gobernanza de la inteligencia artificial quiere España?, organizadas el pasado mes de marzo por EsGlobal en colaboración con el Ministerio de Asuntos Exteriores. En ellas se abordó cuál puede ser el papel jugado por países de la Unión Europea como España en este complejo contexto en que China y Estados Unidos compiten por la hegemonía mundial en términos de innovación disruptiva y Canadá, India, Japón o Corea del Sur desarrollan sus propias estrategias para incrementar su margen de maniobra a la sombra de los dos gigantes.
Para Blanco, no se trata solo de capacidad de innovación y de perspectivas económicas: “Tras unos años de estabilidad y prosperidad en las economías desarrolladas, la geopolítica ha vuelto a irrumpir en nuestras vidas con la crisis sistémica de 2008, las crisis migratorias de 2014 y 2015, la pandemia global, el desafío medioambiental o la invasión de Ucrania. Vivimos en un mundo peligroso e inestable en que democracias y sociedades autocráticas compiten por cuotas de poder, y la tecnología es ahora mismo el principal de los ámbitos en que se dirime ese conflicto”.
En opinión del experto, “más allá de lugares comunes como la ventana de oportunidad que supone para España sus intensas relaciones económicas y su proximidad cultural con América Latina”, nuestro país debe “desarrollar una estrategia que nos permita ocupar una posición destacada en este nuevo escenario”.
Que España se convierta en “una potencia media en términos de inteligencia artificial es un objetivo difícil, pero ni mucho menos imposible”. La inteligencia artificial es un campo aún incipiente, con un inmenso potencial: “Casi todo está por hacer, los avances realmente disruptivos y que marcarán la diferencia se producirán durante la próxima década”. España cuenta “con un par de bazas muy prometedoras: grandes empresas con programas de IA que son líderes en sus segmentos de mercado y universidades con programas de investigación punteros que están creando una interesante base en términos de capital humano”.
Falta, desde su punto de vista, “pasar de las musas al teatro, dejar de trabajar en silos paralelos sin apenas contacto entre sí, y que las instituciones públicas lideren una estrategia nacional de IA que comparta ese conocimiento, identifique en qué nichos podemos ser especialmente competitivos y, en armonía con las instituciones comunitarias, legisle de manera adecuada para promover la investigación dentro de un marco ético y jurídico adecuado”.
Cómo (y por dónde) empezamos
Raquel Jorge comparte en gran medida el punto de vista de Blanco: “En efecto, hay que crear en primer lugar un marco normativo que sea flexible, pero guiado por los principios de la Unión Europea”, En su opinión, el de la Europa comunitaria es “un entorno muy proteccionista y bastante rígido si lo comparamos con Estados Unidos, donde la estrategia está orientada al predominio del capital riesgo y la cooperación casi incondicional del estado con las iniciativas empresariales”. Pero esa desventaja relativa, “derivada del sistema garantista europeo”, puede convertirse en una baza “si conseguimos posicionar a Europa (y España) como potencia mundial de tecnología ética”.
Es decir, “en un contexto de uso poco escrupuloso (y, en algunos casos, abiertamente contrario a la ética) de la inteligencia artificial, los productos europeos deberían capitalizar ese sello de innovación ética y sostenible y convertirlo en un valor de mercado”. Nuestro país “tiene credibilidad en ese sentido, y podría especializarse en inteligencia artificial con una dimensión social, produciendo tecnología respetuosa con los derechos humanos, comprometida con la igualdad de género, la diversidad sexual, la sostenibilidad, el imperio de la ley, los valores democráticos…”. Puede parecer una simple declaración de intenciones, pero, en opinión de Jorge, “existe una amplia demanda de tecnología responsable y ética que países como China no están en condiciones de satisfacer”.
Nuestro país “tiene credibilidad en ese sentido, y podría especializarse en inteligencia artificial con una dimensión social, produciendo tecnología respetuosa con los derechos humanos, comprometida con la igualdad de género, la diversidad sexual, la sostenibilidad, el imperio de la ley, los valores democráticos…”
Desde el punto de vista de la investigación, España está lejos de Canadá o Estados Unidos, pero dispone de “excelentes telecomunicaciones, empresas tan innovadoras como Telefónica, muy buenas universidades tecnológicas y de un entorno atractivo para fomentar, captar y retener el talento”. Falta que los poderes públicos actúen de catalizadores activos de esa excelencia en la investigación: “El Ministerio de Industria debería ser una startup vertical al servicio tanto de la investigación académica como de las empresas. Falta una inversión estratégica en I+D que solo puede hacerse con inversión pública”.
Si España sigue el ejemplo de países de nuestro entorno “en especial, Francia, que es la potencia regional en IA, pero también Finlandia o Irlanda, por su grado de excelencia en la investigación y su promoción activa de la innovación empresarial”, podría convertirse a medio plazo en un hub de innovación. El siguiente paso sería “conseguir situar a expertos españoles en posiciones destacadas en grandes organismos internacionales”.
Para Jorge, “se trata, en su conjunto, de una tarea a diez años vista”, perfectamente factible pero que solo se puede realizar “si se convierte en una prioridad política y estratégica, de manera que se resuelva el principal problema que tiene España ahora mismo para aspirar a la excelencia en este terreno: la falta de financiación”. Solo así podremos pasar de importadores pasivos de una inteligencia artificial ajena a creadores de tecnología compatibles con nuestra visión del mundo y con el lugar que queremos ocupar en él.